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Las palabras se han ido gastando de tanto ser usadas. Son las mismas que se
usan desde miles de anos y que nos hace revivir la triste época de
“La Torre de Babel”. Los graves problemas de la humanidad terminan siendo
banales para la gran mayoría de los seres humanos.
Asistí a ver el nuevo espectáculo del “Teatro Aleph”: “Hasta la vida Siempre.”
La única información que tenía era que se trataba de un espectáculo que hablaba
de ecología y desarrollo durable. El teatro aleph es bien conocido por poner
en evidencia en sus obras sus posiciones políticas. Como muchas veces ha
dicho su director Oscar Castro: “El teatro debe ser un instrumento útil”
Eso no molesta ya que aun en este país se vive en democracia.
Que no me moleste no significa que no me provoque una gran desconfiancita
estas palabras tantas veces repetidas por su director. Pienso que el teatro
solo puede estar al servicio del teatro.
Lleno de dudas y con profunda convicción que iba asistir a una hora treinta
de lección de cómo tiene que ser la vida me dirigí al espacio aleph. Lugar
de difícil acceso y complicado de estacionarse. Esto lo cuento solo para por
comunicarles el estado de ánimo que me acompañaba en rumbo a este curioso
lugar.
Salí del espectáculo buliberse. Como fueron usadas estas viejas palabras.
La manera de contar la historia me parecía nueva y cada palabra empleada
aunque yo la había escuchado desde que aprendí hablar me parecían frescas,
nuevas casi recién salida de la fabrica. Era lo extraordinario de este espectáculo.
Se habían reciclado las palabras y ellas nos demostraban que todo podía cambiar.
La nueva forma de comportamiento que tendrá que tener el hombre en los
siglos a venir para que la vida no sea sobre vida sino una experiencia
extraordinaria para las generaciones futuras.
En un espectáculo teatral las palabras nuevas o antiguas, generales o
particulares no existen, ni tienen vida sin la voz del personaje. No puedo dejar
de reconocer que el talento de cada uno de los actores del teatro aleph hace
que la historia de la pieza sea creíble. Un divertimiento de palabras como
el talento que tienen los juegos de malabaristas que nos divierten.
A la vez, con el bastoncillo de Chaplin en este caso transformado por un
paraguas por el personaje de Bernardo y no solo eso porque también
percibimos las grandes tijeras del mudito Marx en esta pieza teatral
constantemente dando golpes en la costra de hielo, esperando que brote
y corra libremente el chorro de agua fresca de palabras que uniendo
unas a las otras hacen de este espectáculo una gesta de mesura intimidad
para terminar de una vez por todas con la hipocresía de lo serio y el reino
de lo aparentemente nuevo que no hace que repetir formulas ya perdidas
en el tiempo y en el espacio.
Mis únicos reproches que puedo hacerle al espectáculo es la carencia
de un trabajo serio sobre la luz que encuentro abusiva con respecto a la
simplicidad del trabajo teatral que me ha dejado profundamente reconciliado
con el teatro Aleph.
Jean de Fremise.